En el año 2001 salía a la luz, tras varios años de intenso trabajo, el primer borrador del genoma humano. Poco antes de darse a conocer el dato, se especulaba con la posibilidad de que las “instrucciones” para construir un ser humano, incluyendo esa maravilla de la selección natural que es su cerebro, dependiera de no menos de 100.000 genes.

Para sorpresa de todos, el genoma humano apenas cuenta con 20.000 de estas unidades de información. Poco más de lo necesario para construir un gusano.

Si esto es así, se ha llegado a decir, el espacio para el libre albedrío, la libertad individual humana, era muy grande. Si lo básico, lo biológico, dependía de tan pocos genes, lo complejo, lo superior, lo mental en definitiva, dependería entonces de otros factores que no están contenidos en el genoma.

Sin embargo, si algo nos está enseñando el estudio del cerebro humano, especialmente el de los últimos 20 años, es que todo, absolutamente todo, depende de nuestro cerebro. El funcionamiento de ciertas partes del cerebro, su integridad, o si su actividad es estimulada, modificada o anulada por algún medio, determinan radicalmente la personalidad de un ser humano. Es decir, su forma de percibir las cosas, su forma de reaccionar, de ser; de pensar. En definitiva, son también lo que determina cómo se comporta uno cuando hace uso de su libertad. La libertad individual humana no depende, pues, de otra cosa que no sea un puñado de neuronas y sus conexiones. Y esas neuronas y sus conexiones de quien dependen, en última instancia, es de sólo algunos de esos escasos 20.000 genes que componen nuestro genoma ¿Cómo es posible?

Los planos para construir nuestras neuronas dependen de los mismos genes que las determinan en cualquier primate, pongamos que en un chimpancé. Sutiles modificaciones en el genoma humano han permitido, sin embargo, que ese mismo proceso de fabricación de neuronas dure más tiempo y se repita más veces en el ser humano, y que esto ocurra más en unas partes del cerebro que en otras. Y con esta simple operación tenemos un cerebro más grande y más complejo: un cerebro humano.

En la forma de funcionar de nuestro cerebro encontramos muchas sorpresas. El cerebro, que en definitiva no es más que otro órgano biológico de nuestro cuerpo –como pueden serlo el hígado, o los riñones-, es el que toma las decisiones, el que piensa, el que soluciona problemas, el que percibe y el que responde. Lo curioso de este órgano es que también produce una “mente”, una realidad interna, lo que muchos llamamos “la consciencia”. Este raro producto de nuestro cerebro da la sensación de ser algo absolutamente ajeno y alejado de lo orgánico, de lo biológico, incluso parece como si de él dependiera en realidad cómo funciona lo orgánico. Pero esto no es así, es al revés. La consciencia también se puede alterar, incluso eliminar radicalmente, con unas simples manipulaciones en el cerebro. La consciencia es no sólo un producto de nuestro cerebro, sino que éste la va llevando de un lado a otro.

Aunque pueda parecer extraño, la consciencia se entera sólo de una pequeña parte de todo lo que hace nuestro cerebro. El cerebro realiza miles de operaciones y, sin embargo, a la consciencia sólo llegan unas migajas de todo ese descomunal trabajo.

El cerebro está continuamente manejando una gran cantidad de datos, guardando información en la memoria, sacándola y comparándola, y de todo ello no somos conscientes. De vez en cuando, algo sale a nuestra consciencia y nos avisa de que ahí hay algo importante. Entonces podemos prestarle atención durante unos instantes para a continuación dejar que se desvanezca y volver a dejar que el cerebro siga haciendo su trabajo, por sí solo. En esos momentos de clarividencia podemos llegar incluso a tomar una decisión, a solucionar definitivamente un problema que nos lleva preocupando un tiempo. Pero no nos engañemos, no toma la decisión nuestra consciencia, no es ese el momento en el que hemos solucionado un problema. La solución, el resultado final, la ha encontrado nuestro cerebro por sí solo un instante antes y, cuando llega, nos lo presenta a nuestra consciencia. Estudiar el cerebro en profundidad ha permitido descubrir que las decisiones se toman un tiempo antes de que seamos conscientes de haberlas tomado. Lo demostraron los estudios de Benjamin Libet, que podemos ver resumidos en algunas páginas web (*), y que están magníficamente expuestos y desarrollados en la obra de Sean A. Spence “The Actor’s Brain” (Oxford University Press, 2009).

El estudio del cerebro nos permite decir, pues, que el libre albedrío no existe o, al menos, que no es como nos habíamos imaginado. Nuestras preferencias en cada momento dependen de lo que decida nuestro cerebro. Es este órgano de nuestro cuerpo el que elige actuar de una u otra manera, ni más ni menos. Y lo hace en función de un sinnúmero de complejas operaciones que dependen, básicamente, del funcionamiento de un puñado de de neuronas conectadas entre sí.

Hagamos recuento y veamos cuántas veces hemos actuado sin saber por qué. Los estudios sobre el cerebro humano están empezando a descubrir que mucho de lo que hacemos no sabemos verdaderamente por qué lo hacemos. La selección natural nos ha forzado a ser seres que actúan en primer lugar, y luego ya veremos cuáles han sido nuestras razones. Lo chocante es que una gran mayoría de las veces esas razones que encontramos después y que justificarían nuestra conducta no se corresponden con las verdaderas razones, ocultas a nuestra consciencia.

Después de lo dicho, parecería que este texto plantea más preguntas que respuestas. Por ejemplo, para qué sirve la consciencia. O dónde estamos “nosotros”, dónde estoy “yo” en todo este asunto. La verdad es que la ciencia aún no es capaz de dar una respuesta sólida a estas preguntas. De momento sólo puede constatar los hechos, dar testimonio de cómo es la realidad, y que cada uno, haciendo uso de su libre albedrio, responda a estas preguntas de la manera que le resulte más satisfactoria.

Manuel Martín Loeches

 (*) http://www.informationphilosopher.com/solutions/scientists/libet/

Manuel Martín Loeches

Investigador científico del Centro Mixto UCM-ISCIII de Investigación sobre Evolución y Comportamiento Humanos.


HOMO SAPIENS 3.0

Inexorablemente nuestro cuerpo ya es tecnología.
Enviamos mensajes telepáticos a Twitter con interfaces neuronales.
En el futuro nuestros cuerpos cambiarán para poder viajar a las estrellas.
Somos mutantes, somos cyborgs.

Más inteligencia, más diversión, cuerpos más fuertes, mayor control de las emociones, más vida. ¡Por supuesto! Ciencia frente a la ignorancia.

Amplificación cognitiva.
Ultra-inteligencia.
Extensión de los sentidos.
El prolongamiento indefinido de la vida.
Sexo en gravedad cero.
Traducción automática universal incorporada.
Acceso a estados alterados de conciencia. Velocidad de escape.
El espacio como destino Ingeniería neuromórfica de uso personal.
Branquias artificiales.
Cuerpos mejorados posthumanos. Homo Sapiens versión 3.0.
Descarga operacional de manuales para pilotar helicópteros.
Ampliar nuestro universo vital en realidades virtuales.
Devenir en software.
Baterías nucleares incorporadas.
Vidas con mayor alcance.
Un mundo mejor, un mundo Cyborg.

SERVANDO CARBALLAR Y ALEJANDRO SACRISTÁN

Por LVDLC